¡Te amaba y me chingaste! by Nora de la Cruz

¡Te amaba y me chingaste! by Nora de la Cruz

autor:Nora de la Cruz [Cruz, Nora de la]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-11-12T00:00:00+00:00


* * *

Esa tarde, en Tula, se celebraba una fiesta popular: las calles estaban llenas de tiovivos y pirotecnia, se respiraba el olor de algodones de azúcar y había puestos de pastes por doquier. Tito y Lucrecia recorrían las calles adornadas mientras compartían un buñuelo con miel de piloncillo. La joven nunca dejaba de sonreír, ni le reprochaba al marimbero su pesadumbre ni su silencio, Simplemente lo tomaba del brazo, lo miraba, se reía y jugaba con su cabello, como si fuera un cachorrito al que le basta un paseo. Para él estaba bien: la presencia de Lucrecia le hacía los días más ligeros y lo distraía, tal vez a solas se habría atormentado mucho más por el recuerdo de todos sus fracasos, en cambio del brazo de la blonda muchacha todo era tan inmediato como sus risas vacías.

A lo lejos sonó una música antigua y alegre: Oh qué gusto de volverte a ver, saludarte y saber que estás bien… La melodía desató en Lucrecia el ímpetu de la danza, así que arrastró a su acompañante a la pista —una zona pavimentada, a diferencia de los caminos terregosos que la rodeaban—. Él no disfrutaba del baile, pero esa noche era tibia y los buñuelos lo habían puesto de buen humor, así que hizo su mejor esfuerzo. Cuando se dio cuenta, había bailado con Lucrecia más de cinco temas (todos de Rigo), y al terminar el último de ellos, mientras el resto del público aplaudía al conjunto de música versátil, Tito buscó la boca malva de la nínfula y la besó. Ella siguió sonriendo. Se tomaron de la mano y caminaron rumbo a sus casas, pues se hacía tarde y no tardaría en llover. El joven, un tanto confundido, miró al cielo. Al ver las nubes, le preguntó a Lucrecia qué forma les veía, de dónde imaginaba que vendrían o hacia dónde creía que se dirigían. La muchacha lo miró un momento, con su permanente sonrisa y, sin abrir la boca, levantó los hombros con el aire inocente que tienen ciertas muñecas de cartón. No hablaron más durante el resto del paseo.



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